viernes, 19 de diciembre de 2008

Matrimonio en Roma

Nuestra amiga Isabel Mejías se pone en el lugar de Gladis, una mujer que debe contraer matrimonio en la época clásica. A ver qué tal os parece...
Hola me llamo Gladis y hoy me ha pasado algo increíble, creo que me he enamorado, pienso contárselo a mi familia, sé que no tengo nada que hacer, ya que esa decisión no la puedo tomar yo, pero… habrá que intentarlo.
Al llegar a mi casa, mi padre me esperaba con una gran sonrisa, no podía imaginarme la tragedia que me contó, tan alegre para él y para mí tan triste: me caso, mi padre dice que me conviene, dice que su familia tiene un gran prestigio social y que es lo mejor para mí, tengo solo 13 años y ya estoy condenada a vivir con un hombre al que no amo, además mucho mayor que yo. Estamos en el mes de enero, mañana me casaré, no podré volver a ver a la persona de la que realmente estoy enamorada, nunca más, ni siquiera he visto a mi nuevo marido. Han elegido este mes, que esta fuera de malos augurios.
Ya es de noche, la noche antes de mi boda, tengo que consagrar a una divinidad los juguetes de mi infancia, a los dioses protectores del matrimonio, ¡!qué ironía ¿no? No quiero que mi matrimonio vaya bien, no quiero matrimonio.
Hoy es el día de la boda, tengo puesto ya el traje nupcial, con el cinturón que mi futuro e inesperado marido habría de quitarme la terrible noche de bodas, ese cinturón era el que ceñía el traje y por ultimo me pusieron el velo rojo. La ceremonia empezó con los auspicios para conocer la voluntad que tenían los dioses luego mi hermana, que hacía de madrina, unió mi mano derecha con la de mi novio, con esto se sellaba el contrato matrimonial en prueba de lealtad y respeto mutuo, y ya está, ya estábamos casados. Esa fue la segunda vez que lo vi, parecía mi padre, además podría serlo por la edad, eras muy alto y musculoso, valía la pena, la verdad, pero no para mí, yo no me podía olvidar de Lucius, ese niño que me tenía enamorada.
Al terminar la ceremonia teníamos que ir a mi casa a cenar con mi familia, al llegar mi padre estaba muy orgulloso, sin saber que ese era el peor día de mi vida. Al terminar el banquete, tenía que marchar a la casa de mi nuevo marido, ahora había que hacer que mi marido me quitara bruscamente de los brazos de mi madre, en los que habían que fingir lágrimas y lamentos, todos los fingían, menos yo, yo lo hacía de verdad. Empezó el camino a mi nuevo hogar, yo tenía que ir con un huso y una rueca, que simbolizaba la actividad domestica que iba a tener a partir de ahora, tenía que ir acompañada con tres amigas que todavía tenían vivos a sus padres, otra de las tradiciones para la entrada a mi nueva casa, que estaba adornada con flores, guirnaldas tapices y demás. Al entrar lo primero que hicieron todos fue llevarme al fuego sagrado de la casa, y allí me echaron nueces e higos secos, para que fuere fértil, y por último la llegada al tálamo, para la noche de bodas y ese fue el comienzo de mi fin como una mujer libre y feliz.